La extensa y profunda trayectoria de Miguel Olaviaga en el mundo de las organizaciones asociativas, y hoy referente del Grupo Gesta de Villa María, lo colocan en una posición que le da una perspectiva experimentada sobre la realidad, su entorno y el lugar de la economía solidaria.

En diálogo con este portal, trazó una visión esperanzadora, pero condicionada a la capacidad de adaptación de la dirigencia del sector y al entendimiento de lo que Olaviaga denomina como “solidaridad ética”.

“Cuando pase este desastre sanitario –opina el dirigente-, es probable que queden aspectos positivos, las llamadas fortalezas. Creo que iremos inevitablemente hacia una economía plural. En el plano de la economía global, las organizaciones siguen estando identificadas como entidades filantrópicas, pero no como agentes económicos. Todavía no hemos dado ese salto, que es caminar hacia la producción. ¿Para qué?, para evitar que el lucro desenfrenado atrofie los circuitos nobles entre la producción y la demanda; que se puedan incorporar sistemas de planificación colectiva y que la dirigencia del sector no pierda las bondades democráticas, solidarias y de cooperación, elementos que nos proyectan a ser una autoridad moral en un nuevo equilibrio de los sectores económicos”.

Miguel Olaviaga sostiene que las formas de trabajo serán una de las variables que quedarán instaladas en la dinámica social cotidiana, y el riesgo de contagios de COVID puede significar una oportunidad para actualizar modelos obsoletos: “Luego de la pandemia se modificará todo lo que conocimos en materia de relación laboral; el teletrabajo es un episodio totalmente nuevo. En Argentina tenemos convenios colectivos de 1975 que están totalmente desactualizados. Me parece que hay una analogía con lo que pasó en la transición entre la etapa feudal a la primera revolución industrial. No quiere decir que haya menos trabajo, sino que será de distintas características, con saberes nuevos. Los que no se adapten corren riesgos”.

La solidaridad reinventada

“Si pensamos en la solidaridad que practicaban nuestros ancestros, el lazareto, los montepíos para las viudas, la asistencia para la muerte, que nosotros reivindicábamos por nuestro origen, hoy nos damos cuenta que esta solidaridad no alcanza. No es una solidaridad para llevar la palma al cementerio ni para hacer rancho aparte con nuestros enfermos, remitiéndonos al primitivismo. Estamos hablando de proyectar la solidaridad a una concepción ética, considerando que el hambre, la ignorancia y el autoritarismo no pueden existir. Tenemos que ser solidarios desde el punto de vista del conjunto, de la ayuda mutua”.

Al plantearse cómo darle entidad a esa solidaridad ética, Olaviaga plantea la necesidad de fomentar la participación a partir de la detección de las necesidades más cercanas en la comunidad: “Me imagino un movimiento horizontal, sin soluciones que vengan desde arriba, sino que la gente comprenda que la economía no sólo se motoriza desde la empresa de lucro o desde el Estado; sino que nosotros podemos juntarnos como grupos de personas, identificando los problemas, discutirlos y comprometernos. Hay que encontrar mecanismos de gestión que permitan identificar al sujeto en su estado de mayor necesidad y que lo proyecte. El virtuosismo estará en las organizaciones que son hechas por la gente de todos los días en el lugar donde vive”.

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