MUTUALISMO Y BIEN COMÚN

Cada año, la celebración del Día Nacional del Mutualismo, es la fecha más propicia para profundizar sobre la génesis de este movimiento, superando la simple efeméride, y repasar el valor de la asociación colectiva como medio para cubrir necesidades mutuas.

En esta ocasión, desde Prensa con Opinión quisimos destacar un artículo publicado hace treinta años por Enrique S. Inda en la revista Todo es Historia, en el que describe con lenguaje preciso los orígenes de quienes trazaron el camino de las organizaciones solidarias que hoy, no sólo alcanzaron la consolidación, sino que son protagonistas en el desarrollo social, económico y humano.

“La falta de todo tipo de servicios públicos, empezando por la ausencia de luz eléctrica, atención médica de urgencia, mejoramiento de las calles, apertura de desagües y aun recolección de residuos, forzaron a los vecinos a constituir la sociedades de fomento, las salas de primeros auxilios, las sociedades de socorros mutuos y bibliotecas, instituciones populares surgidas para cubrir necesidades frente al abandono e indiferencia de las autoridades municipales y provinciales.

“Los inmigrantes españoles e italianos, fueron los que más se destacaron como líderes naturales de esa meritoria empresa de bien público. Hay que tener en cuenta que eran modestísimos trabajadores, algunos sin saber leer ni escribir, pero fundadores de instituciones que les robó tiempo a su descanso, les consumió jornales perdidos y gastos de viajes a Buenos Aires, La Plata o a las intendencias para entrevistar, discutir con funcionarios y reclamar a las autoridades.

“Eran hombres y mujeres excepcionales, con un profundo sentido del deber y un enorme desprendimiento en favor de sus semejantes. Su lucha, su tenacidad indomable, vencieron resistencias, la apatía de muchos y sobre todo, el desinterés, cuando no la oposición de los intendentes, burócratas y caudillos. La moral de estos hombres era altísima y obraban con absoluta libertad de criterio, por eso terminaban por ser respetados y hasta temidos por las administraciones pachorrientas, rutinarias, acostumbradas a la sumisión y la resignación de los viejos vecindarios.

“La obra de estos anónimos trabajadores sociales, sin sueldos, sin viáticos, sin dietas, fue sencillamente gigantesca: para 1917, existían en todo el país 1.202 asociaciones de socorros mutuos o mutualidades, de las cuales 553 pertenecían a la provincia de Buenos Aires con 170.165 asociados. De la totalidad de asociaciones registradas en todo el país, se destacaban por su número, en primer término las italianas con 463 instituciones, la seguían españolas con 250, luego las cosmopolitas con 181 y finalmente las argentinas con 172 mutualidades. El censo se completaba con 92 instituciones francesas y 44 de diversas nacionalidades. Todas ellas, constituían las primeras formas de previsión y seguridad social, cuando aún el Estado no había asumido esa principalísima responsabilidad y obligación.

“Sin proponérselo espontáneamente, los precursores de ese gran movimiento de solidaridad social, estaban gestando el poder de las instituciones intermedias.

“Estos vecinos, fundadores de beneméritas sociedades, comenzaron de cero, construyendo personalmente los edificios sociales, el tendido de pasarelas, garitas de refugio en las vías ferroviarias, alcantarillas, cruces de arroyos y zanjones. Y como si fuera poco, debían recorrer casa por casa para cobrar la pequeñísima cuota de los socios y convencerlos de concurrir a las reuniones y asambleas, recabando su ayuda personal para algún trabajo colectivo. Además, eran siempre los organizadores de festivales para las fiestas patrias o de beneficio para socorrer alguna desgracia familiar, encabezando y recolectando suscripciones para pagar alguna operación quirúrgica o el entierro de los más pobres.

“En una época en que todavía no se había sancionado la ley de accidentes de trabajo, ni de despido, un albañil que caía de un andamio, un portuario accidentado, un enfermo grave, no tenía más auxilio inmediato tanto él como su familia, que la ayuda de sus compañeros de trabajo y sus vecinos.

“La sala de primeros auxilios por lo tanto, fue la primera avanzada de la atención médica de la población. Conseguir la presencia de un médico en determinados días y una enfermera permanente, significaba contar con una mínima atención. En emergencias graves, no había otro recurso que salir corriendo en busca del médico más cercano o trasladar al paciente en carro hasta el tranvía para su traslado a los hospitales de la Capital, de Avellaneda o La Plata.

“Todas las obras de progreso edilicio que a través de los años se fueron logrando, como la luz eléctrica, desagües, pasos de piedra en las esquinas, arreglos de calles, hasta llegar a los empedrados o pavimentos en las décadas del veinte y del treinta, fue el resultado de la lucha incansable, tesonera y desinteresada de generaciones de líderes naturales, consagrados al bienestar de sus semejantes.

“Los pueblos de las zonas más críticas y desfavorables del Gran Buenos Aires, crecieron y progresaron en su mayoría, sin ninguna ayuda oficial y podría afirmarse que avanzaron a pesar de las penurias y la mala voluntad de los gobiernos, exclusivamente dedicados a las cabeceras de los distritos”.

Enrique S. Inda. Revista Todo es Historia N° 296, Febrero 1992, página 73.

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